La fábrica de mentiras y verdades a medias

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Desinformación, bulo, información falsa o trucada. Esas son algunas de las palabras que describen un concepto ahora muy popular en el mundo y conocido más comúnmente como ‘fake news’ (noticia falsa).

Por Ana María Carvajal

En la actualidad, estas se riegan como pólvora debido al Internet, el alto alcance de las redes sociales y su inmediatez. La Red de Periodismo Ético (EJN, por sus siglas en inglés) las ha definido como “toda aquella información fabricada y publicada deliberadamente para engañar e inducir a terceros a creer falsedades o poner en duda hechos verificables”.

Las hay de todo tipo, desde aquellas que buscan clics hacia sitios web plagados de publicidad engañosa con el gancho de historias inverosímiles sobre la vida de actores, cantantes, empresarios o políticos. Otras juegan con temas más serios como la salud, la economía o el futuro de un país, en medio de contiendas electorales.

Sin embargo, lo primero que subraya Alexis Serrano, editor del portal de verificación Ecuador Chequea, es que llamarlas ‘fake news’ es un error. Una noticia, por su naturaleza misma, debe ser contrastada y verificada antes de salir a la luz. Si es una noticia en el estricto sentido de la palabra, entonces, no puede ser falsa “y si es fake, no puede ser news”.

Pero, ¿por qué proliferan y se reproducen tan rápidamente? Una de las razones, según el director de Cobertura Digital, Christian Espinosa, es que este tipo de publicaciones apelan a la emotividad y cuando uno está emocionado no piensa antes de replicar algo en sus redes sociales. Los bulos pueden surgir por distintas motivaciones, sean políticas, económicas, emocionales o afanes de protagonismo, señala.

Las primeras ‘fake news’ en línea generaban tráfico y operaban por rentabilidad. No se creaban con el objetivo de dañar sino que tenían la intención de atraer a los usuarios hacia páginas llamativas y con titulares tendenciosos pero que estaban llenas de anuncios. Así, —dice Espinosa— esos portales hacían dinero solo con los clics que conseguían.

Pero en este mundo de la desinformación, no solo se juegan dólares, sino también poder. María Fernanda Moncayo, doctora en Investigación de Medios de Comunicación y docente de la Universidad de las Américas (UDLA), cita el ejemplo de la campaña presidencial del magnate Donald Trump, en el 2016 y 2017, en la que competía con Hillary Clinton.

Seis años después, se mantiene la teoría de que esa campaña de desinformación afectó la imagen de la candidata demócrata al punto de perder sorpresivamente las elecciones: “Trump llegó a la presidencia contratando a expertos en este tema con el objeto de desestabilizar a su contrincante. Allí se ve que las consecuencias pueden ser graves”, dice Moncayo.

De acuerdo con lo que recoge el Centro Internacional para Periodistas (ICFJ) en el documento ‘Una breve guía de la historia de las ‘noticias falsas’ y la desinformación’, cuando se acercaban los comicios se conoció que 100 sitios web afines a Trump difundían información trucada que se producía en granjas de ‘trolls’ desde Veles, en Macedonia (ex Yugoslavia). Las notas, elaboradas por adolescentes que ganaban miles de dólares, iban desde un supuesto apoyo del Papa Francisco a la candidatura de Trump hasta una supuesta vinculación de Clinton con una red de pornografía infantil. Este último bulo engañó a la gente al punto de que un joven de 28 años, Maddison Welch, disparó dentro de un restaurante, en el 2016.

Con este ejemplo, Moncayo deja claro que las prácticas de desinformación carecen totalmente de ética y afectan al ejercicio periodístico, pues generan desconfianza entre las audiencias. Por lo general -agrega- las noticias falsas suplen una necesidad de curiosidad de las personas. Están cargadas de espectacularidad, exageración y, debido a que estamos en la era de la imagen y la inmediatez, se valen de un recurso perfecto: las fotos o videos por los que las personas se dejan enganchar y que les remiten a un supuesto hecho de interés, que puede estar protagonizado por algún personaje público. Así, le abren la puerta hacia portales cargados de publicidad y mentiras que los atrapan.

Una de las razones por las que la gente cae en este juego es que la información falsa le da la razón en lo que piensa sobre determinados temas. Espinosa señala que la sociedad actual “vive hoy como nunca antes en medio de burbujas de información que le malacostumbran a moverse en entornos donde solo hay gente que piensa como ellos, a no aceptar a otra gente que piensa distinto y a no creer más allá de su burbuja. Entonces se han ido normalizando estas tribus polarizadas sobre las cuales las redes negocian y rentabilizan, porque les interesa es que la gente se quede más tiempo a cualquier precio”.

Además, cada vez se vuelve más difícil diferenciar entre las noticias y los bulos, explica Serrano. Según la experiencia de Ecuador Chequea, esta práctica se está tecnificado cada día más y se respalda en los algoritmos para llegar a los públicos que le interesan. “Hemos visto que hay una profesionalización de la desinformación. Cada vez encontramos productos con mayor diseño y mejor pensados”, dice.

Por otro lado, estas prácticas generan confusión, porque no siempre se trata de información trucada al cien por ciento. Esta semana, por ejemplo, se regó material engañoso en redes sociales que aseguraba que Leonidas Iza, presidente de la Conaie, habría dicho en una entrevista que las bases de la organización indígena no se vacunarían contra el SarCov2 porque la consideraban “un instrumento de control”. Sin embargo, lo que en realidad hizo fue criticar la obligatoriedad de presentar el carné de vacunación para entrar a sitios públicos y comentó que algunas personas no están seguras de ponerse la tercera dosis. Este caso es una muestra de que quienes hacen estos productos toman elementos que son verdad y los meten en un discurso falso que quieren posicionar.

DATOS DE LA DESINFORMACIÓN EN 2021

Aun cuando portales como Ecuador Chequea o Ecuador Verifica analizan publicaciones con información dudosa y prueban que tienen contenido falso, hay personas que reclaman que se pongan estos casos en evidencia, dice Serrano. La proliferación de los bulos y la forma en que ciertas personas los creen es una muestra de posverdad. La gente se guía por sus sensaciones y le da más valor a afirmaciones falsas que a datos, documentos y pruebas. La gente que se molesta porque cree que lo que difunde es un sentimiento que muchos comparten y eso lo hace verdad.

De acuerdo con su experiencia, donde más información falsa se difunde es la política, porque los actores se van en contra de autoridades, gobernantes, candidatos o figuras públicas que consideran sus rivales. Además, son comunes los bulos sobre temas ambientales y desde marzo del 2020, —dice Serrano— es impresionante la cantidad de material trucado que se comparte sobre la pandemia del covid-19 y las vacunas.

¿Cómo se puede enfrentar el problema? Serrano, Moncayo y Espinosa coinciden en que la salida no es fácil porque incluso con una ley es casi imposible controlar este tipo de contenidos que salen desde el anonimato y desde cualquier parte del planeta.

El 12 de enero, 85 verificadores de información de unos 40 países del mundo se unieron en una carta abierta dirigida a los directivos de la plataforma de video YouTube, para pedirle una vez más tomar cartas en el abundante material de desinformación que se puede ver en ella, especialmente en idiomas que no sean el inglés. Incluso, la mexicana Clara Jiménez, cofundadora y CEO de la Fundación Maldita, de periodismo, señaló que los ‘fact checkers’ ofrecen su experiencia y herramientas de verificación para ayudar en la complicada tarea de desmentir y poner en contexto videos que desinforman sobre el covid-19, las vacunas y teorías de la conspiración, por ejemplo.

Moncayo considera que se debería trabajar en la formación de audiencias con pensamiento crítico, incluso dentro del plan de educación escolar, porque los niños consumen mucho más de lo que deberían en el espectro digital, sin saber el efecto que mucho de eso causa en ellos. Luego, cree que la gente comete el error de no preguntarse por la fuente que emite una información, pues hay una crisis de falta de criterio. “La gente ya no se cuestiona quien lo dice y por qué. Entonces damos por hecho que es real cualquier cosa”. Agrega que también debemos preguntarnos a quién seguimos y si es confiable. Antes de Internet, en el mundo “había líderes de opinión que te hacían confiar en una fuente o discurso, pero en la era digital aparecen nuevas figuras como los ‘influencers’, que pueden ser famosos pero no necesariamente conectarnos con la realidad. En muchos casos son ídolos falsos que responden a ciertos parámetros estereotipos”. Entonces, ¿vale la pena creer todo lo que difunden?

Por otro lado, Serrano cree importante concienciar a la gente para que se detenga un momento antes de compartir información de dudosa procedencia, porque el problema parte de que alguien piensa un bulo, alguien más lo hace, pero son muchos más quienes lo comparten. Si se deja de replicar este material, se rompe el círculo.

Finalmente, Espinosa cree que se debe ir a la raíz de este tema, pues “el nivel de analfabetismo digital sigue siendo alto, porque esa brecha nunca se acortó. Nadie creció con alguna formación sobre cómo verificar en línea. Antes los medios hacían ese trabajo y ahora las nuevas audiencias requieren este proceso de alfabetización”. Ahora, dice, la audiencia debe pasar por un proceso de autoconciencia, que incluya no compartir información porque le emociona, sino buscar un filtro adicional como buscar el tema en Google y en sitios oficiales para verificar si es real. “Antes, ese trabajo lo hacían únicamente los medios y ahora deben hacer las audiencias”.

 

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