Ana y Mía atrapan más víctimas con trastornos alimenticios en redes

IMG-20220219-WA0033

Están a pocos minutos de paciente búsqueda por Google o YouTube y son la puerta hacia un mundo peligroso, disfrazado de comunidad, de un grupo de amigos. Solo basta tener una cuenta de WhatsApp, Telegram o Amino. Inmediatamente cualquier persona puede ingresar a grupos con nombres como Ana y Mía, Princesas Ana y Mía, Proyecto Princesas, Anatomía, AnaMíaAlisa, Camino a la perfección, Unicornios, Gatitos, etc.

Por Ana María Carvajal

Se trata de comunidades con decenas, cientos de integrantes que buscan ideas para reducir al extremo su consumo de alimentos y bajar de peso, a cualquier precio. Debido a las críticas a este tipo de espacios, sus integrantes se manejan con cautela. Un ejemplo es Anatomía, un chat de WhatsApp al que se ingresa por un link y que, durante los cuatro días que Código Vidrio le hizo seguimiento, tuvo un promedio de entre 145 y 165 participantes. Cada vez que ingresan personas, la administradora envía un formulario que debe llenarse antes de entrar al grupo “oficial, estricto y privado”. Son 10 ítems que incluyen peso actual, peso esperado, cantidad de calorías consumidas por día, cuánto tiempo tienes un trastorno de conducta alimentaria (TCA) y si “eres Ana, Mía o Alissa”.

Ana agrupa a quienes padecen anorexia y Mía, buliMía. Menos común es Alisa, que reúne a quienes tienen obsesión por comer alimentos saludables. El último requisito de la lista está resaltado en negritas y es obligatorio: se debe enviar una foto de cuerpo entero. Solo la imagen del rostro es opcional. Los requisitos deben mandarse a ‘Topito’, el seudónimo de una persona que usa una foto de una persona con rasgos asiáticos como avatar de su perfil y cuyo número telefónico tiene código de área 994 (Afganistán).

Sin embargo, el grupo está lleno de personas de países de habla hispana: Ecuador, República Dominicana, Guatemala, El Salvador, Perú, México, Argentina, Chile, Colombia, Venezuela, Bolivia, Paraguay, Uruguay… La lista cambia a diario pues el administrador depura el chat cada tanto y también hay personas que ingresan y horas o días después abandonan el chat.

Lo que se dice en este tipo de grupos es muy parecido a lo que a inicios del siglo se encontraba en blogs y ahora se halla también en sitios más abiertos en redes sociales como Facebook, Instagram, Twitter y hasta Pinterest: consejos para vomitar sin que la familia lo note, cómo lograr hacer ayunos, ideas de autolesión como cortes o golpes con ligas para ‘castigar’ cuando el hambre gana la batalla, exceso de ejercicio y consumo de agua, reemplazo de alimentos por chicles, etc.

La diferencia es que en comunidades de servicios de mensajería es más fácil ocultarse de la gente cercana mientras se accede a este tipo de prácticas, pues solo basta tener un celular con algo de internet para leer y ofrecer consejos, además de ver y enviar fotos  ‘thinspo’ o ‘thinspiration’ (imágenes de personas excesivamente delgadas, para ‘motivarse’ a continuar bajando de peso lo más pronto posible y al límite).

En general, son más comunes los que juntan a mujeres jóvenes y adolescentes. Pero no es exclusivo. La psicóloga y máster en Psicoanálisis Karina Bravo señala que en realidad es más fácil saber cuándo una mujer está pasando por algo así, “porque los hombres por muchos siglos se acostumbraron a no expresar tanto lo que les pasa. Culturalmente las mujeres tienen mayor facilidad de mostrar su vulnerabilidad. No es que haya más casos de mujeres que de hombres, sino que se sabe más de aquello que les pasa a ellas por nuestra capacidad de expresión de emociones”. Alejándose un poco de esos mitos, agrega, antes podría haber habido una diferencia entre chicos y chicas pero ahora, en su consultorio, tiene a la par pacientes hombres y mujeres con trastornos de conducta alimentaria. Internet y la pandeMía han agravado el panorama porque el acceso a prácticas nocivas es muy fácil. Debido al confinamiento y las clases virtuales es imposible evitar que los chicos tengan dispositivos e interacción constante que no siempre es positiva.

Para la nutricionista clínica Nadia Morillo Cisneros, nadie debería buscar en redes consejos sobre alimentación saludable y reducción de peso. “La alimentación es una cuestión orgánica, emocional, social, física e inclusive espiritual y cultural. Buscar en redes no sirve de nada porque cualquier plan de alimentación debe ser guiado por un profesional en nutrición y a la vez personalizado e individualizado”, dice.

El problema es cultural porque en las familias se toma al alimento como un premio o un castigo con frases como “si no comes, no sales a jugar” o “si comes todo, nos vamos de paseo”, por ejemplo. La alimentación, dice la nutricionista, se trata como un tema tabú pero es un tema emocional. El papel de las familias y la sociedad, entonces, es establecer una relación consiente con la comida.

Los chats de esta y otras temáticas funcionan porque en el entorno digital se ha dado un salto de consumo a experiencia informativa desde el marketing y desde el periodismo, explica el catedrático de la Universidad Salesiana, Ramiro Morejón. Él dicta clases de Comunidades virtuales en el posgrado y explica que antes los usuarios solo consumíamos información, pero ahora todos podemos producirla y la mejor forma de estar cerca de un contenido es el dispositivo móvil.

Detrás de cada estrategia hay estudios que identifican lo que están haciendo los usuarios, cuál es su consumo, su interés. Quienes manejan grupos como los enfocados en trastornos alimenticios, dice Morejón, saben que la figura y estética es una tendencia en los jóvenes y han identificado claramente que consumen a través de dispositivos móviles. Aunque no es algo nuevo, la gente detrás de estas prácticas piensa en un usuario y le da una identidad.

Bravo señala que uno de los principales peligros de los sitios de Ana y Mía es que convirtieron a estos trastornos en una figura de identificación, con un nombre y el estatuto de una persona. “El tratar a un trastorno como una figura de identificación encarnada casi casi tiene un gran alcance, porque a los chicos no les va a atraer un trastorno sino una figura que pasa de lo simbólico a lo real. Por eso engancha y tiene éxito pero también por eso es peligroso porque ya no hablo con una enfermedad sino con Ana­”.

Pero quienes tienen una imagen corporal distorsionada o una obsesión por perder peso no toman en cuenta estos hechos. Bravo explica que la imagen de sí mismo es una construcción que en psicoanálisis se conoce como la estructuración subjetiva del yo idea. “Son esos momentos en que vas construyendo esa imagen para ti y para mostrar a los demás. Todo tenemos una imagen distorsionada de algún modo, porque estamos envueltos en expectativas, en estereotipos y cuestiones externas que alteran nuestra imagen. Varias ocasiones te pudo haber pasado a ti que te miras en el espejo y no ves nada bueno, pero alguien te dice que estás muy radiante. La visión en el espejo puede ser bastante distorsionada y eso es bastante complejo internamente en la psiquis de cada quien”.

Muchas personas pasan de un grupo a otro, para no dejar huella de sus prácticas y se integran a espacios como Anatomía, que este 8 de febrero radicalizó la descripción de su grupo y agregó frases como “grupo 100% tóxico”, “tu vida y tu alma es nuestra hasta que cumplas tu meta”, “si quieres ser gorda toda tu vida y no tienes compromiso o no estás dispuesta, no mandar ficha”.

Esta aclaración de grupos tóxicos y no tóxicos se basa en que en sus interacciones, varias personas consideran que no tienen un problema y cuentan sus problemas en el grupo, buscando aprobación. Incluso hay quienes dicen que pueden ser Ana o Mía sin estar enfermas, pues no han llevado sus prácticas al límite. Otras, movidas por su trastorno, no se frenan a pesar de sentirse cansadas y enfermas, por la falta de alimentación adecuada.

Morejón considera que estos espacios no solo que no desaparecen sino que crecen y se replican en varias plataformas porque le dan la oportunidad a sus miembros de pasar de un ‘story telling’ a un ‘story doing’, en donde la historia ya no importa tanto como la experiencia.

Chats en grupos que recomiendan cómo bajar de peso de forma extrema

Las historias de Ana y Mía son incluso materia de burlas en redes sociales. Sin embargo, pocos miden el peligro de sus prácticas. Morillo apunta que generalmente participan adolescentes que están en una etapa en la que es más fácil dejarse influir por otros y seguir consejos que ni siquiera les van a funcionar y que, además, pueden poner en riesgo su vida.

En la mayoría de casos, los chicos y chicas participan de estos grupos aceptando que tienen un desorden alimenticio pero no lo consideran un problema y ven en Internet una salida fácil para lograr su aspiración. “Son chicos que no buscan ayuda profesional de nutricionistas, psicólogos ni de su familia, actúan por su cuenta y como tienen una imagen distorsionada de sí mismos, su autoestima está baja y ven cuerpos perfectos con la talla que quieren sin darse cuenta de que en el camino a ese objetivo se están autodestruyendo”.

En los últimos meses, Morillo ha tenido dos pacientes que le han hablado de comunidades de Ana y Mía. Una de ellas le contó que le aconsejaron tomar agua con vinagre para calmar el hambre, pero el haberlo hecho le costó una visita a una casa de salud y un lavado gástrico de emergencia. Las chicas le contaban que consumían chicle por grandes cantidades, para evitar comer y terminaron debilitadas y con aneMía. “Son pacientes que ya han tenido el valor de reconocer que necesitan ayuda y que tienen un problema. Ese es el primer elemento: me quiero, estoy mal, no puedo con todo”. Hoy, ambas están mejor pero deben continuar su trabajo de nutrición y terapia.

¿Hay una forma de regular o frenar este tipo de espacios? Para Morejón es algo delicado porque “los usuarios estamos en el derecho de tener información veraz, oportuna, de calidad, que no atente contra otras personas, privacidad de nuestras conversaciones pero también hay que regular algunos contenidos que no resultan constructivos que pueden ser discriminatorios, violentos, inadecuados para niños y jóvenes y eso hay que revisar”.

Aparte de la regulación hay un tema que es sumamente importante también: “¿qué estamos haciendo nosotros con el Internet? Como usuarios debemos asumir un proceso más responsable al momento de informarnos y el Estado debe garantizar que la información que existe ahí nos sirva”.

Aunque hay esfuerzos por proteger a los más vulnerables con unidades de policía cibernética, por ejemplo, es casi imposible frenar prácticas de este tipo. “Es muy complicado rastrear en ese mundo infinito como el internet, y sobre todo hay quienes conocen los caminos para poder evadir regulaciones y vigilancia. “Por eso yo apuntaría más a fomentar esta regulación particular de los sujetos a una cuestión externa, porque si hay restricción en los teléfonos, por ejemplo, lo van a dar la vuelta. Lo de fondo no se está tomado en cuenta. Una restricción social puede estar ahí, pero no hay una reflexión al respecto, los cambios no vienen de imposiciones externas, sino de elecciones subjetivas”.

Síganos en: